sábado, 15 de noviembre de 2008

1982, El artista y su obra por Francisco Candel


SI YO FUERA EXTREMADURA -dejadme que sea literalmente lírico- se me abrirían las carnes de gozo ante la pintura de José Carmona, que tras muchos años catalanes, incluso habiéndose formado en Cataluña y pintado en Cataluña, traslada a sus lienzos toda una esencia -esencia más que temática- podríamos decir que extemeña. Y esto lo hace en una pintura que lleva ahora a Extremadura, pero también en la que expone, cuando la expone, en Cataluña o en cualquier parte del mundo. Y a ver si nos explicamos. No es que Carmona no haya encontrado su hora en Cataluña y le consuma una rabiosa añoranza y al no poder asentarse nuevamente en su lugar de origen trasplante este deseo al lienzo. No. El fenómeno pictórico de José Carmona tendría tal vez que ver, corregidme si me equivoco, con lo telúrico y ancestral, dos palabras que en ocasiones no dicen nada y otras encierran mucho, algo así como la memoria genética o heredada. Pero vamos a seguir esplicándonos.


José Carmona va y nace un 10 de julio allá por el año 1950 en Villanueva de la Serena, provincia de Badajoz. Como infinidad de pintores, pinta desde niño, la pintura es un arte precoz, lo que ocurre es que la mayoría de pintores se empeñan en dejar de pintar como niños antes de hora y entonces se estropean. Pero los que le dan largas al asunto, sabiendo que pintar no es calcar, sino interpretar, acaban madurando. Tal Carmona, claro. Sólo efectuó estudios primarios. Como menda. Como tantos otros. La Universidad hace sabios, no artistas. Y a los quince años coge y va qué bonito, y se viene o lo traen o llega a Barcelona, donde trabaja de diversas cosas, entre ellas de camarero, de camarero y también en una fábrica de ventanas, me dice, o sea, una fábrica que fabrican ventanas y a saber si ella tenía ventanas o no eran ventanas fabricadas por ella las que tenía. Pero no divaguemos. Aparte de trabajar de eso y en eso y en lo otro y en más y en lo que fuera, no he podido anotar mucho sobre Carmona, él no es muy propenso a hablar de sí mismo, por la noche estudia pintura en una academia particular, en una de esas cojitrancas academias particulares que yo creo que no enseñan nada aunque el maestro cree que sí y el alumno también, hasta que un día ese alumno encuentra que no y es entonces cuando resulta que se ha convertido en pintor.


Su aprendizaje pictórico es el normal de tales casos: carbones, yesos, óleos, salir al campo, pintura de caballete, pintando sin ser tú y como si fueras un pintor de serie. Esto se le prolonga hasta los años 1968 o 1969, esto es, sacad cuentas, hasta los dieciocho o los diecinueve años, hasta que ve que aquello no es lo que él quiere y se plantea encontrarse a sí mismo y tratar la pintura como un lenguaje expresivo de comunicación y no como un relamido saber encajar y colocar sombras y colorines. Y es entonces cuando se embarca en la plasmación de unas tierras y tipos extremeños, sí, pero también, eso sobre todo, con un método plástico extremeño por decirlo de algún modo.


En sus primeras exposiciones, y dentro de esa temática, o más que temática, camino, se mueve dentro del expresionismo, colorista él, sin esa originalidad postrera que tanta calidad pictórica transmite a su obra, una calidad bronca y de resol, de ocres y sienas y más combinaciones. Sí. Es a partir ya de entonces, encontrado el trayecto de la idea expresiva, cuando se interesa rotundamente por la textura y hace sus mezclas y su alquimia, colocando polvo de mármol, arenilla, yo que sé, siempre en pos de un carácter y una característica que tenga más y más relación con el ambiente que en sus cuadros atenaza. El óleo, la arena y el acrílico son entre otras materias sus materiales de trabajo. No se trata de una fórmula secreta, como aquellas de los pintores antiguos que a duras penas si heredaban sus discípulos. El cree que tal fórmula, receta o método puede resistir el paso del tiempo. De todos modos sabe que nunca el propio pintor vive tanto como para cotejar la resistencia material de su obra. De los impresionistas hacia acá, materialmente, la pintura aguanta poco. Eso no obstante, un cuadro suyo resistió al fuego. Socarrado por las llamas de un incendio, pudo lavarlo y restaurarlo. Pero en fin, ante el tiempo geológico y el espacio cósmico, tanto nosotros como nuestra obra somos enanos.


José Carmona confiesa que este acercamiento a sus raíces de su pintura no es tan sólo la nostalgia y la querencia si es que las siente, que claro que las siente, sino un intento de originalidad, y tampoco; unas ganas, en todo caso, de hacer algo que no está hecho ahora que todo ha sido hecho ya. Pinta paisajes y personas y personas en estos paisajes y paisajes en estas personas, en mezcolanza, con plástica de tierra árida y quemada, con el inmortal pasado de su Extremadura, la Extremadura de los conquistadores y tal, y con incursiones estéticas como ese homenaje suyo a lo barroco velazqueño, una de sus series pictóricas que más me han emocionado; esa Estremadura, en fin, que a hombres como yo, que no la conocemos, hemos sabido intuirla, sin que nadie nos dijera nada, la primera vez que vimos la magnífica obra de José Carmona, intuirla y ponernos en profundas ganas de catarla, de entrar en contacto y comulgar con ella...

martes, 5 de febrero de 2008